Escribir puede ser un viaje hacia el centro de uno mismo. Un despellejarse y ofrecerse en carne viva. Una forma de liberación. Esa liberación que nos hace esclavos de la libertad, porque ya no es posible concebir otra forma. Escribir puede ser santo, muerte, vísceras, sangre, confesión, locura, demonios, eternidad. Escribir puede romper las reglas de las estructuras y atravesar el tiempo si tenemos el ímpetu y la valentía. O puede ser nada más que un epitafio.









jueves, 26 de enero de 2012

VI

Me encantaría serte fiel. Pero sucumbiría
Uno a uno los alambrados de mi cabeza se convertirían en “mañana”
y mi presente quedaría vacío.
Vacío de vos
Vacío de altares y sacrificios
Vacío de penas, y alegrías
y del susurro cruel de antepasados
vírgenes de dialécticas mundanas
Ahora caigo en mí y en mi sombra
Le doy la mano a mis oscuridades
Y maldigo la esperanza y la ilusión
Maldigo tu nombre y el mío escritos a la par
O en un soneto absurdo que se quedó sin gomina

XI

Es terrible comprenderlo desde muy joven. 
Tu ser confunde a otros.
Tu mirada les asusta. 
Los colores suelen parecer espejismos
y un prisma gris desdibuja los detalles de tu entorno.
La sensación de que el mundo es una avalancha de vacío,
como cuando regresas de un funeral de alguien cercano. 
El sin sentido.
La magia pesada de la incertidumbre dejándote una especie de mareo
y el cuerpo pidiendo que lo hundas en el sueño profundo,
en alguna desconexión que limite el ahogo.
Cuando te vi no sospeché que me abrazarías.
Cuando me abrazaste y por unos instantes las coordenadas se invirtieron
y el tumulto alrededor se desplazó en otro tiempo, 
no supe de tu mano buscando la mía como firma de algún pacto sagrado,
de cierta unión tácita, una que no tuviéramos que explicar.
En el preciso instante en que advertiste qué cosa me unía a otros seres lo confirmaste.
“Toda vida es un pozo de soledad que va ahondándose con los años”,
resaltaste en aquel libro.
Cuidaste meticulosamente las evidencias. 
Sabías perfectamente que no sería presa de una obviedad, 
que huiría de cualquier cliché. 
Que no era el dolor por el dolor mismo lo que podría atraerme, 
sino justamente la textura, 
los colores,
la riqueza material de las paredes de ese pozo,
que era la tuya.
Y ese tesoro era el que sabías que intuiría 
si te esmerabas en cubrirlo, 
en camuflarlo con la parte de vos que necesitás para vivir, 
pero que a veces duele más que el propio abismo. 
Sabías que escucharía el grito.
Aunque fuera solo una bocanada de aire simulando un suspiro, 
o una exclamación.
Tus ojos gritan. 
Tus ojos que luchan denodadamente 
contra el cansancio de tus párpados. 
Tus ojos que se expanden, 
se proyectan, 
miran en el afuera todo tu interior desperdigado.
Me pedís que recoja tus pedazos y los encolumne detrás de tu sonrisa?
Que desarme los llantos y reconstruya con las partes la imagen de otro sueño?
Que mire por vos hacia el fondo y calme tu desesperación?
Que eclipse tu silencio con el mío y te llene de palabras no dichas?
Está bien. Si. Creo que puedo amarte.