Escribir puede ser un viaje hacia el centro de uno mismo. Un despellejarse y ofrecerse en carne viva. Una forma de liberación. Esa liberación que nos hace esclavos de la libertad, porque ya no es posible concebir otra forma. Escribir puede ser santo, muerte, vísceras, sangre, confesión, locura, demonios, eternidad. Escribir puede romper las reglas de las estructuras y atravesar el tiempo si tenemos el ímpetu y la valentía. O puede ser nada más que un epitafio.









martes, 14 de septiembre de 2010

Viajes

Por la senda infinita de tu mirada
he cruzado el asombro cierto
los oidos enteramente abiertos
y el ritmo de mis pies
a cuestas de una plácida mañana
Con el impulso de tu voz
soñé cada uno de los puentes
que subían desde mi espalda hasta tu adiós
Cada regreso ha sido mi descenso de la cumbre
mi pequeña muerte
Y aunque resucito intermitentemente
a veces temo quedar
sin una parte
de tu boca

Allá lejos

Yo no estaba allí
cuando el silencio se desplomó sobre su garganta
No estaba cuando enmudecieron sus ojos
y el sudor le mojó la cara.
No estaba allí sosteniendo su memoria
ni consolando su etérea sombra.
No estaba en sus sueños
ni habitaba con propiedad
algo que mereciera un eco,
un rayo de luz,
una brisa...
Yo no estaba,
ni tenía,
ni sabía.
Y cuando el tiempo marcó su hilo atroz en mi historia,
todo se me hizo ajeno.
Ajena mi casa, mis manos.
Ajeno el sopor del sueño
que no se distingue de mi mañana.
Yo no estaba allí.